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Una Despedida


Si cuando tenía diez años una bruja me hubiera dicho que cuando cumpliera veinte sería un chico de cabello largo estudiando en una de las mejores unversidades de Colombia acompañado de una preciosidad de ojos verdes, le habría tildaldo de mentirosa. Si a los veinte me hubiera dicho que cuando cumpliera treinta estaría en España con la oportunidad de visitar muchas ciudades europeas, la habría llamado estafadora.
Con cada generación un Córdoba se escapaba de Colombia. Córdoba es mi apellido materno y es la familia con la que crecí en aquel, mi pequeño pueblito. Los quiero mucho y siempre los recuerdo un montón donde quiera que me encuentre.
Tres días antes de abordar el avión que me haría cruzar el Atlántico aún me encontraba en mi pequeña ciudad, acompañado de mi familia y muchos de aquellos con quienes crecí. Al llegar la medianoche mi familia me llevó una serenata. Ya era miércoles cuando los músicos llegaron. Al empezar a escuchar la música, comencé a pensar que me daría mucha vergüenza cuando al final se cancelara el viaje (estaba convencido de ello) y tuviera que regresar y darles la cara a todos mis conocidos. Mamá lloró aquella noche. Yo no sabía cómo explicarle que algo iba a pasar y no iba a poder viajar, así que estaría la siguiente semana de regreso en el pueblo. 
El sábado anterior me había despedido de mis viejos amigos de la infancia. Dos semanas antes me había reunido con la mayoría de mis amigos de la universidad. Las despedidas estaban a punto de llegar a su fin. 
Así que los 46 kilos de equipaje estaban listos. ¿Cómo llevarte en 46 kilos toda tu vida? Es más fácil de lo que uno se imagina. No empaqué absolutamente nada de mis aficiones: Ninguna película, ningún comic y ninguna novela fantástica. Al otro lado del océano encontraría montones de ellas. 
El jueves en la mañana, ya en Bogotá, me encontré con alguien a quien no esperaba a volver a ver en mi vida: Cristina, una vieja amiga. Nos habíamos perdido el rastro un año antes. Creo que aquel día era demasiado tarde para volvernos a encontrar. Sin embargo, charlamos animadamente del tiempo que nos habíamos dejado de ver, me contó que había estado por fuera de Bogotá mucho tiempo y que ahora regresaba a volver a organizar su vida. Le conté que me marchaba, que quizás no nos volveríamos a ver jamás.
Mis pasos me conducían lejos de Colombia, por lo menos de momento. Aunque andaba tranquilo, sabía que al día siguiente, cuando perdiera el vuelo, estaría tomándome una cervezas con mis buenos amigos en Bogotá. Cuando el avión se marchó, conmigo en el interior, empecé a pensar que cuando llegara a Madrid sería devuelto por alguna razón, seguía dándome vueltas en la cabeza la idea de que el viaje no iba a terminar conmigo viviendo en Madrid. Bueno, ninguna de esas cosas ocurrió... 
Madrid estaba demasiado caliente aquel 19 de julio de 2008. Aún no salía de mi estado de shock inicial, aún me encontraba aturdido por todo: el viaje, dejar todo atrás. Solo pestañeé un par de ocasiones cuando me dijeron que mis maletas no iban a llegar de inmediato. La única ropa que tendría mientras tanto era la que llevaba puesta y algunas prendas que había metido en mi equipaje de mano "por si las moscas". Era la primera vez que estaba tan lejos de casa y me encontraba completamente solo. También aquí llegarían las vivencias, las nuevas cosas por vivir. Habría un montón de gente en mi camino. Y como en todas mis experiencias anteriores, habría algunos buenos amigos que se quedarían conmigo y otros que con el pasar de tiempo se devanecerían.

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