Nos encontrábamos en un punto sin retorno. Ella mantenía el frío cañón de su revólver contra mi mejilla, frío como la muerte. Su pulso era firme, como si no le importara amenazar mi vida, como si no le importase halar del gatillo llegado el momento y terminar con mi existencia. Lo veía en sus ojos: Lo deseaba, quería acabar conmigo. ¿Por qué no lo hacía de una buena vez? La respuesta era simple: Porque yo tenía una pistola ejerciendo presión sobre su sien. Ella me miraba con odio e impotencia. Yo trataba de fingir que no me importaba y trataba de ofrecerle una sonrisa fingida, como el de aquel que tiene controlada la situación. Qué lejos estaba de la realidad. No pensé jamás volver a usar un arma contra otra persona aunque, si eso fuera del todo cierto, hace mucho tiempo me habría desecho de aquella pistola, que era lo único que me mantenía vivo de momento. Ella, con su mirada fija en mí y su respiración agitada, no dejaba de presionar el cañón, ahora algo tibio, contra mi mejilla. M...
Pertenecemos a nuestros actos, a nuestros días, a nuestros sueños. Mis ideas siempre han sido como un montón de moscas viajando de un lado para otro, en desorden. Es hora de encender una luz para atraerlas a todas