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El Océano sí que habla portugués



Madrid y Bogotá son dos ciudades que llevan un lugar muy especial en mi corazón. Ambas ciudades, capitales de sus respectivos paises, son sitios muy agradables que me han brindado nuevas experiencias y una vida interesante. He pensado siempre que las ciudades son como las personas: tienen siempre algo qué compartir contigo, tienen personalidad propia, tienen su propio estilo, tienen sus anhelos y sus miedos.
Una de las experiencias que deseaba realizar en Europa era la de viajar por diversas ciudades y países. Tenía algunos destinos a los que pensaba viajar antes que a otros. Lo que no me imaginé fue que el primer destino que tendría fuera la ciudad de Cascais, cerca de Lisboa, en Portugal.
Por aquellos días mi amigo Manu, viejo amigo de andanzas de la universidad, andaba en Reino Unido trabajando en logística en una empresa que lo tenía viajando por toda Europa. me comentó que estaría por Lisboa a finales de octubre, así que me animé a encontrarme con él allí.
La maravillosa vista de Lisboa que pude apreciar por la ventana derecha del avión antes de aterrizar, se mantiene presente en mi memoria hasta ahora, y espero que sea así por siempre. El contraste del azul del océano con la ciudad era perfecto en esa época del año. Una hora de viaje me separaba de Cascais, una preciosa ciudad donde pasaría aquel fin de semana. El atardecer se asomó por la ventana del tren, el sol se despidió de mí y se ocultó. A un lado del camino estaba el océano. La noche estrellada me recordó un poco las noches en mi pueblito. La brisa cálida proveniente del océano me brindaba calor. Durante ese viaje me dí cuenta de que el océano sí que habla portugués.
Encontrarme con mi buen amigo Manu también fue algo agradable. Era la primera vez que nos encontrábamos a este lado del océano y había muchas cosas qué contarnos. Aunque mi estadía fue corta, aprovechamos para ponernos al tanto de nuestras vidas. Había sido una experiencia placentera haber podido viajar a Portugal, lo pensé en aquel fin de semana, mientras podía apreciar un hermoso arco iris desde donde estábamos, durante nuestro recorrido por Lisboa. 
Fueron días maravillosos.
Una tarde, una preciosa tarde de otoño, nos abastecimos con algunas cervezas y nos marchamos a La Boca del Infierno, una formación rocosa por la que penetraba con fuerza el océano en la costa de Cascais. Toda una tarde estuvimos allí, hablando de lo que estaba por venir, de los proyectos y de las cosas que vendrían pronto. El océano nos devolvía el reflejo del sol que, vanidoso, se miraba en sus azules aguas. El astro rey empezó a ocultarse, y el entorno se empezó a oscurecer. El hermoso escenario del océano que iba más allá de lo que nuestros ojos lo podían apreciar se desvaneció, y nos acompañó el tranquilizante sonido del océano mientras continuamos con nuestra charla, nuestra larga y agradable charla. Era la primera vez que veía al océano a los ojos, aquella primera experiencia se mantendrá conmigo el resto de mis días.

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