Arde, ciudad de papel.
Quema tus puertas de tinta,
las palabras que adornaron tus muros.
Que las llamas lo alcancen todo.
Que borren todo tu esplendor,
que destruyan toda evidencia.
Ciudad próspera hecha de ilusiones,
de promesas y de sueños.
Tus murallas reducidas a cenizas.
Que no quede nada,
que solo se vea una columna de humo a lo lejos,
que solo queden vestigios de tu existencia.
Esta noche
he decidido destruir esta ciudad,
hecha con sus cartas y sus fotos.
He decidido condenarla a morir incinerada.
Todos los sueños gritando desde sus ventanas,
toda ilusión convirtiéndose en cenizas.
Esta noche es el final.
Los pilares de esta ciudad no quedarán en pie.
El olvido se llevará los restos,
el silencio lo inundará todo.
Arde, ciudad de papel.
Olvida las frases inolvidables,
llévate su perfume muy lejos.
El océano dorado me acompaña inunda mi retina y llega a mi mente. Dorado, el sol como un rey se asoma. Dorado como tu alma, como el brillo de tus ojos mirando al cielo. En este atardecer que baña todo con el oro tus ojos se convierten en faros de mi corazón, y tu sonrisa como barrotes dorados que encierran tu dulce voz para que no escape, para que no embruje el universo como lo has hecho con mi alma. Déjame ser como el dorado, brillante, esplendoroso, imponente. Como las luciérnagas que en medio del ocaso nos escriben algo a lo lejos, algo que, quizás, no sea un adiós.
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