Fué muy difícil admitirlo, pero uno es lo que es. He negado mi naturaleza, he permitido encerrar mis deseos en un cuarto oscuro durante mucho tiempo. Desde hacía mucho lo sospechaba, hubo varias señales relacionadas con esto. Desde niño, cuando prefería hacer cosas un poco diferentes a los demás chicos. Mi mente seguía creando historias, navegando en el universo de los sueños, viviendo en mundos fantásticos. Después ocurrió el colegio. Alguna vez dije en casa: "Quiero ser escritor" y lo tomaron como una locura pasajera, como algo de la edad que ya pasaría.
Y entonces, sin previo aviso, una historia se me escapó de las manos y fue a parar a un concurso en mi pequeño pueblo. Y estuve entre los ganadores. Sin embargo, el fantasma de lo poco próspera que podría ser la vida de escritor flotaba sobre mi cabeza.
Un buen día salí de mi pueblo y me fuí a Bogotá a estudiar en la universidad. Allí tuve contacto con otras cosas, algunas nuevas influencias rozaron mi mente y me llenaron con nuevas experiencias y nuevamente empecé a formar el rostro de una historia. Dejando poco tiempo a escribir, sobrevivieron algunos cuentos. Ahora tenía mi vida profesional en mis manos, ahora podía soñar con los pies en la tierra. Pero entonces no hubo tiempo, y las historias empezaron a acumularse en mi cabeza. Y cuando finalmente hubo tiempo, ya no estaba muy interesado en escribir...
Siempre buscando excusas, siempre hacía falta algo más para iniciar con el nuevo proyecto, siempre había una pieza del rompecabezas que faltaba o que no encajaba. Y con muchos ires y venires inicié Alianzas Paganas. Y también vi cómo la historia se iba quedando olvidada en el camino, cuando otras historias aparecían y no me permitían avanzar. Y una y otra más, hasta que finalmente las ideas parecían un tomate que había estallado en medio de un hospital: lo limpio que pudiera estar todo antes no importaba.
Y entonces llegó Europa.
Los horarios de trabajo se modificaron. Los amigos, el clima, muchas cosas habían cambiado en mi diario vivir. Aparecieron nuevas alternativas para escribir. Entonces se desempolvaron las viejas historias y se retomaron las antiguas prácticas. Al final decidí iniciar por aquella historia que había quedado incompleta, como algunas historias que nos acompañan por el resto de nuestras vidas sin un final aparente. Pero aún el fantasma del fracaso orbitaba en torno mío. Muchas dudas serguían apareciendo y cada vez más excusas. Si me iba mal se acabaría el sueño de continuar escribiendo. Si me iba muy bien tendría que cambiar mi forma de vida. Y entonces, en ese ambiente creado por el miedo apareció alguien, una amiga con quien hablé de ello. Y después de charlar mucho con ella, me dijo que se sentía contenta de conocer a un escritor, y yo le dije que no lo era, que no había terminado aún nada. Ella me dijo que eso no importaba, que al fin y al cabo las historias habitaban en mi interior y que ya había escrito algunas cosas, que sería cuestión de tiempo que otras vieran la luz. Finalmente entendí que había negado mi naturaleza mucho tiempo, que soy un escritor. Quizás no sea un buen escritor, quizás sea el peor del mundo, pero lo soy. Y con esta idea he salido del librero, aceptando mi naturaleza y con mi corazón empeñado ahora en avanzar con un objetivo: culminar mis historias.
Y entonces, sin previo aviso, una historia se me escapó de las manos y fue a parar a un concurso en mi pequeño pueblo. Y estuve entre los ganadores. Sin embargo, el fantasma de lo poco próspera que podría ser la vida de escritor flotaba sobre mi cabeza.
Un buen día salí de mi pueblo y me fuí a Bogotá a estudiar en la universidad. Allí tuve contacto con otras cosas, algunas nuevas influencias rozaron mi mente y me llenaron con nuevas experiencias y nuevamente empecé a formar el rostro de una historia. Dejando poco tiempo a escribir, sobrevivieron algunos cuentos. Ahora tenía mi vida profesional en mis manos, ahora podía soñar con los pies en la tierra. Pero entonces no hubo tiempo, y las historias empezaron a acumularse en mi cabeza. Y cuando finalmente hubo tiempo, ya no estaba muy interesado en escribir...
Siempre buscando excusas, siempre hacía falta algo más para iniciar con el nuevo proyecto, siempre había una pieza del rompecabezas que faltaba o que no encajaba. Y con muchos ires y venires inicié Alianzas Paganas. Y también vi cómo la historia se iba quedando olvidada en el camino, cuando otras historias aparecían y no me permitían avanzar. Y una y otra más, hasta que finalmente las ideas parecían un tomate que había estallado en medio de un hospital: lo limpio que pudiera estar todo antes no importaba.
Y entonces llegó Europa.
Los horarios de trabajo se modificaron. Los amigos, el clima, muchas cosas habían cambiado en mi diario vivir. Aparecieron nuevas alternativas para escribir. Entonces se desempolvaron las viejas historias y se retomaron las antiguas prácticas. Al final decidí iniciar por aquella historia que había quedado incompleta, como algunas historias que nos acompañan por el resto de nuestras vidas sin un final aparente. Pero aún el fantasma del fracaso orbitaba en torno mío. Muchas dudas serguían apareciendo y cada vez más excusas. Si me iba mal se acabaría el sueño de continuar escribiendo. Si me iba muy bien tendría que cambiar mi forma de vida. Y entonces, en ese ambiente creado por el miedo apareció alguien, una amiga con quien hablé de ello. Y después de charlar mucho con ella, me dijo que se sentía contenta de conocer a un escritor, y yo le dije que no lo era, que no había terminado aún nada. Ella me dijo que eso no importaba, que al fin y al cabo las historias habitaban en mi interior y que ya había escrito algunas cosas, que sería cuestión de tiempo que otras vieran la luz. Finalmente entendí que había negado mi naturaleza mucho tiempo, que soy un escritor. Quizás no sea un buen escritor, quizás sea el peor del mundo, pero lo soy. Y con esta idea he salido del librero, aceptando mi naturaleza y con mi corazón empeñado ahora en avanzar con un objetivo: culminar mis historias.
Comentarios
Publicar un comentario