Si alguna ciudad me ha encantado desde que la conocí, ha sido la preciosa capital de Dinamarca, Copenhague. Tengo que admitir que cada ciudad tiene lo suyo, que son preciosas Bogotá y Madrid, como dos joyas. Pero Copenhague encierra muchas de las cosas que me parecen agradables en una ciudad. Un ambiente tranquilo, las calles sin tantos coches, muchas bicicletas. No hay muchos edificios y la gente transita sin prisas. Llegué en mi primera visita a Copenhague en el otoño de 2008. Tras un viaje de tres horas, pasé a visitar a una de mis grandes amigas de mi infancia, Karin. Llegué casi a las tres de la tarde y el sol ya se estaba ocultando. La última vez que nos habíamos visto había sido en Colombia hacía casi siete años. Uno nunca sabe cómo puede cambiar una persona en el transcurso de ese tiempo. Nos encontramos en el aeropuerto y al saludarla supe que a pesar de que había pasado mucho tiempo no habíamos cambiado tanto, seguíamos siendo parte de lo mismo. Con los buenos amigos pueden pasar muchos años y al reencontrarte con ellos será como si el tiempo no hubiera pasado.
La ciudad se veía preciosa esa noche. En el centro hay pocos edificios y desde La Torre Redonda hay una vista espectacular a la ciudad. Actualizamos un poco nuestras vidas mientras me enseñaba la ciudad. Hacía un poco de frío aquella noche, pero el suficiente para poder caminar animadamente por aquellas calles. Con las horas transitando por nuestro tiempo, un restaurante griego en nuestro camino y un montón de palabras en nuestros labios, la velada pasó como un relámpago. Estuve algunos días en aquella ciudad, mi vida se encontraba pasando por una transición. Un cambio de empresa es un cambio importante de rutina, conocer nuevas personas y adquirir nuevas responsabilidades. Estos días elucubraba lo que sería mi vida a partir de la semana siguiente, aunque de momento estaba disfrutando de un espectacular viaje a las tierras del norte.
Durante aquellas tardes, el sol se asomaba pero el calor no nos alcanzaba. El sol se marchaba muy temprano y las palomas se resguardaban del frío. Caminar por aquellas calles era tranquilizador. La mayoría de la gente se desplazaba caminando o en bicicleta, lo que hacía del lugar un silencioso y tranquilo sitio para recorrer y para pensar. Por un par de días me olvidé de las preocupaciones, de la agitada vida de rutina. No podía creer que aquella ciudad fuera la capital de un país.
Karin es y será una de mis grandes amigas. Una persona sencilla y agradable. Somos amigos desde que éramos niños. Actualizar nuestras historias no fue rápido, porque un montón de cosas habían ocurrido en nuestras vidas. Sin embargo, el viaje sirvió para saber que se encontraba bien. Ese fue el primer viaje, pero era garantizado que no iba a ser el último. Un nuevo viaje se realizaría al año siguiente, y otro para mi cumpleaños en 2010, pero esa es otra historia.
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