Ir al contenido principal

El Día Interminable

El sol se filtró aquella mañana de viernes por la ventana sin ser invitado. Abrió mis párpados y entró gritando por mis retinas. No podía levantarme de la cama, era como si me hubiesen dado una paliza y después me hubieran tirado allí la noche anterior. Mis ojos se negaban a abrirse. Mis músculos deseaban seguir descansando por lo menos unas semanas más. Aquel día viajaba de regreso a mi hogar, con mi familia, para compartir con ellos unos algunas semanas de descanso.
No creo en los agüeros, es de mala suerte, pero parece que una parte de mí temía embarcarse aquel viernes trece en un viaje durante el cual atravesaría el Océano Atlántico.Sin embargo, un vacío empezó a formarse en mi estómago. Al comienzo pensé que un agujero negro se había mudado a él -eso explicaría aquel apetito insaciable que en ocasiones me acompaña-, aunque eso no explicaría el por qué sigo subiendo de peso.

Terminar de acomodar las cosas en una sola maleta no fue tan complicado como lo había pensado en un principio. Llevé tras de mí el equipaje con veinticinco kilos -deberían de haber sido solo veintitrés-, preparado para que me dijeran que estaba pasado de peso. Como si para escuchar eso tuviera que tomar un avión.

El vuelo fue eterno. El sol quería entrar al avión, pero las ventanas cerradas se lo impedían. Sin embargo, sabía que estaba afuera, que me acompañaría en todo momento.
Al llegar a Bogotá, el sol aún nos seguía. Ya estaba en mi tierra, pero aún me hacía falta un vuelo adicional. Mi reloj biológico se había convertido en una brújula y estaba desorientada. Tenía mucho sueño y aún el sol no deseaba marcharse.
Ese fue el día más largo que haya recordado en mi vida. Cuando pude abrazar a mi familia, el tiempo dejó de prolongarse más de lo debido. Y no fue el más largo porque el sol me acompañó 18 horas, ni porque el día haya durado 31 horas. Es simplemente porque el desear ver a mi familia hacía a aquel día interminable.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Dorado

El océano dorado me acompaña inunda mi retina y llega a mi mente. Dorado, el sol como un rey se asoma. Dorado como tu alma, como el brillo de tus ojos mirando al cielo. En este atardecer que baña todo con el oro tus ojos se convierten en faros de mi corazón, y tu sonrisa como barrotes dorados  que encierran tu dulce voz para que no escape, para que no embruje el universo como lo has hecho con mi alma. Déjame ser como el dorado, brillante, esplendoroso, imponente. Como las luciérnagas que en medio del ocaso  nos escriben algo a lo lejos, algo que, quizás, no sea un adiós. 

Colombia Soy

Soy las sinfonías nocturnas de la selva que lo envuelven todo. Soy esa brisa marina que trae melodías de ballenas y olas con promesas. Soy ese café de la montaña endulzado con panela y con tu voz. Soy ese deseo que huele a orquídeas en tu cuello. Soy un bosque color verde esmeralda, y una esmeralda color verde bosque. Soy el sabor de la uchuva, el lulo, la guama, el borojó, el zapote. Soy un frailejón danzando en los páramos bajo la lluvia. Soy un ajiaco santafereño, una bandeja paisa, un pandebono valluno. Soy una catedral en el corazón de la montaña que sabe a sudor y lágrimas. Soy un oso de anteojos que no sabe leer. Soy un amor en los tiempos del cólera. Soy cien años en Macondo, rodeado de mariposas amarillas. Soy poemas nocturnos, llegando directo al corazón. Soy una trenza dejada como promesa de un amor eterno. Soy el hijo ausente perdido en la tierra del olvido. Soy unos pies descalzos recorriendo los caminos de la vida. Soy una cucharita que se perdió en mi pueblo ...

129

Detrás de los espejos rotos, detrás de ellos escucho tu voz. Esa melodía que me guía entre fragmentos, que me lleva a través de episodios muertos, de momentos que son imágenes del pasado. Recuerdos deformados por el lente de los años que no dejan lugar al sentido común.