Quisiera llevarme estas hermosas melodías a la tumba. Quisiera recordarlas por siempre y poder escucharlas eternamente. Desearía guardar las imágenes más hermosas que he visto por el resto de tiempo que queda. No del tiempo de mi vida, que es corto y pasa como el viento, arrasando con todo lo que encuentra. No, como el tiempo mismo, hasta cuando éste deje de existir y nos condene a vivir sin él. ¿Habría vida sin él? ¿Valdría la pena algo? ¿Nuestra conciencia nos abandonaría? Lo único que sé es lo que deseo: llevarme conmigo todos mis recuerdos, sonidos e imágenes, sensaciones. Explorarlos, revivirlos, saborearlos, verlos, oírlos, sentirlos. Quisiera llevarme esa tarde de lluvia en la que humedecí mis labios en los de ella. Quisiera robarme ese recuerdo y quedarme con él y no compartirlo (ni siquiera con ella). Esa hermosa puesta de sol, cuando todo lo que me rodeaba se tornó naranja. Ese dulce beso de mi abuela, mi primer amor verdadero, que me dejó un aroma a rosas que perduró durante toda mi vida. El descanso al lado del río, mientras mi imaginación recorría el cielo, como las nubes que lo surcaban.
Quisiera llevarme todos esos recuerdos conmigo. Esconderlos en el lugar más oscuro de mi ataúd, lejos de las manos que quieran dañarlos. Aunque sé que eso es imposible. Cuando mis pasos dejen de darse, significará que la tierra habrá reclamado lo que me ofreció durante un tiempo. Un regalo que me dio lleno de vigor y energías, y que ahora yo devuelvo marchito y desgastado. Pero en mi recuerdo perenne, escribiré estos momentos con la tinta de mi alma, escrito en el papel del destino, en el lenguaje de mis pensamientos para que quien desee lo pueda leer...
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