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Un Punto de Partida

Pero ¿Desde dónde iniciar a narrar esta aventura? Siempre debe existir un punto de partida, y nada mejor que sea el día que partí a tierras españolas. Era el 18 de julio de 2008. Aquel día se estrenaría "El caballero Oscuro", una película que conjugaba dos de las cosas que más me gustan: el cine y los comics. El miércoles anterior había dejado a mi familia en el pequeño pueblo de donde provengo, Toro, al norte del Valle del Cauca. Mi madre se acercó aquel miércoles por la tarde mientras me lavaba la cara. Me dijo:
-Hoy, hace exactamente 43 años, tu tío Marcial se estaba marchando a Estados Unidos.
Un detalle bastante interesante, aunque descartable de momento. Ya volveré a mi familia más adelante.
Había viajado el miércoles toda la noche y había llegado el jueves en la mañana a Bogotá.
El viernes finalmente despegué, a pesar de que siempre pensé que algo iba a ocurrir y no iba a poder viajar. Pensaba que no iba a marcharme. Estaba anestesiado, como si todo se tratase de un sueño. Lo curioso de todo fue que no desperté de aquel letargo al llegar a Madrid, ni a la primera semana. Estallé dos semanas después de estar en España, cuando finalmente me di cuenta de que estaba lejos de toda la gente que me quería.
Bueno, empezaré a organizar un poco las ideas que he mostrado más arriba. Me dicen Pope desde que estuve en la universidad, hace mucho tiempo. Por razones que no pienso revelar aquí mucha gente me empezó a llamar así. Es más, algunas personas nunca supieron cómo me llamaba realmente, simplemente me conocieron como Pope. Estudié toda la universidad en Bogotá. Allí vivía desde 1996 con mi hermana, mi única hermana, a quien quiero y admiro mucho. Mi madre vivía con mi abuela materna y con mi padre. Mi abuelo materno había muerto en febrero de 1996, antes de que yo viajara a Bogotá.
Para 2007 ya habían ocurrido un montón de cosas: mi abuela materna y mi padre habían fallecido, y mi hermana se había ido a vivir con mamá. En 2004, tras la muerte de papá, tuvimos que tomar la decisión de quién iba a acompañarla. No era posible llevarla a vivir a Bogotá, alejarla de su mundo, de sus amigos. Eso lo puede hacer la gente joven, pero entre más mayor eres, más difícil es alejarte de tus raíces. Al final mi hermana decidió marcharse a Toro. A la larga, no le gustaba tanto la ciudad y yo había conseguido mi primer empleo como programador.
Así pues, me quedé en Bogotá para vivir allí. Lejos estaba de pensar que mis pasos iban a cruzar el Océano Atlántico, de pensar que mi camino me llevaría a conocer lugares que no creí conocer jamás, de conocer personas especiales, de vivir experiencias inolvidables. Al tomar aquel avión, un 18 de julio de 2008, todo el universo al que había pertenecido quedaba atrás con un inolvidable sabor a nostalgia.

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