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No es el tiempo
más que la sangre que recorre nuestros días,
que calienta nuestras pasiones
y que enfría nuestros recuerdos.
No es el tiempo
más que aquello que nos ata al ahora
y nos acerca a la muerte
y nos aferra a la vida.
Este segundo ya ha pasado
y solo nos queda el resto de nuestra vida.

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Dorado

El océano dorado me acompaña inunda mi retina y llega a mi mente. Dorado, el sol como un rey se asoma. Dorado como tu alma, como el brillo de tus ojos mirando al cielo. En este atardecer que baña todo con el oro tus ojos se convierten en faros de mi corazón, y tu sonrisa como barrotes dorados  que encierran tu dulce voz para que no escape, para que no embruje el universo como lo has hecho con mi alma. Déjame ser como el dorado, brillante, esplendoroso, imponente. Como las luciérnagas que en medio del ocaso  nos escriben algo a lo lejos, algo que, quizás, no sea un adiós. 

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Detrás de los espejos rotos, detrás de ellos escucho tu voz. Esa melodía que me guía entre fragmentos, que me lleva a través de episodios muertos, de momentos que son imágenes del pasado. Recuerdos deformados por el lente de los años que no dejan lugar al sentido común.

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Ella se desvanecía en el alba, se diluía entre los instantes, como quien nunca hubiera estado ahí, como si su existencia fuese un capricho de mi mente, como si sus latidos solo fueran el tictac de un reloj que me recuerda que el tiempo sigue su continuo paso.