desde que estoy lejos de tu existencia.
Te has marchado y me has dejado abandonado,
has dejado que se desangre mi esencia
en este monte de lágrimas desolado.
Te oigo reír y deseo llorar.
Veo tus ojos brillando como estrellas.
Los míos dejaron de centellear cuando cayeron del cielo,
cuando como estrellas fugaces cayeron bellas,
recorrieron su camino como bolas de fuego
y después con mucha fuerza golpearon al mundo real.
Aún veo tu silueta recortada en la noche,
veo al cielo con la hermosa luna perenne,
ella tiene tu rostro y tu belleza dibujados.
Dios debió haberte bajado del cielo que tiene,
lo compruebo por los cometas enredados
en la larga cabellera que luces con derroche.
Cuando amanece, el sol me recuerda tu sonrisa
capaz de iluminar lo más distante,
mostrando al mundo como realmente es
enredándome con su calor vibrante
compadeciéndose de mi absurda estupidez
sólo recordando tu aliento con la brisa.
Las nubes me recuerdan los problemas
esos que distanciaron nuestros caminos,
unas como copos de algodón el cielo recorren.
Otras negras como la muerte de un niño
que con sus lágrimas el pecado borren,
el error de no estar contigo, mujer buena.
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